domingo, 19 de abril de 2015

Esencia

Años y años había repetido aquel ritual, una rutina cruel y despiadada en la que jamás piensa ser humano alguno, pues normalizamos nuestros actos una vez que se instalan en nuestro hipotalamo.

Día a día, sin darse apenas cuenta, cada que vez que sus ojos se encontraban frente a frente, poco a poco, muy lentamente,perdía.

Estaba por todas partes, siempre se encontraban cara a cara, alegres, tristes, relajados o enfadados, pero,siempre cara a cara, sin miedo a enfrentarse, no se hablaban, solo se miraban el uno al otro, siempre era él, siempre él, no había nadie mas, o, al menos, no lo conocían.

Aquella fidelidad enfermiza, le mostraba lo implacable del paso del tiempo, sus primeras canas, aquellas ojeras y surcos en su rostro, podía verlo todo, estudiar la profundidad de aquellos ojos y el gesto de su boca, se conocían desde niños, ambos se tenían que subir al bidét para poder verse cada día, por que se amaban en secreto, jamás confesarían su historia, tendrían parejas, compartirían espacios con ellas, pero nunca dejarían de amarse, habían llegado a conocerse tan bien que, con solo una mirada sabían todo del otro, invertidos por un eje de abscisas, confrontados entre si.

Nada se interponía entre ellos, y todo a la vez, los separaba, una relación que lejos de perder pasión, la iba aumentando con el paso de los años y la serenidad de la madurez, aquellas primeras miradas furtivas, con miedo a aceptar su propia condición y curso de vida, todo esto, por primera vez, lo pensó mientras se despedía de él una vez se hubieron lavado los dientes aquella mañana.

Memoria de un espejo 

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