Presas en el puente y retorcidas en una cruel tortura sobre las clavijas de hueso, reposaban una vez adquirida la frecuencia justa, posesivas, afirmativa, cálida, replicante o cantarina, de manera tal que bien dispuestas y en el orden preciso, podían ser tan bellas como su amo decidiese o tan horribles como el alarido de un hombre agonizando en el cadalso, todo ello separado por un sutil y fino hilo de seda llamado a ser el determinante esencial de su vida sobre la caja de marra barnizada y bien tratado por el maestro carpintero capaz de ofrecer sus curvas ante una muchedumbre ansiosa de arte.
6 eran 6, hasta que cuatro, se rompió.
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