La vieja moka, aquella a la que jamas había lavado el ánima, seguía haciendo a las mil maravillas que se sintiese a gusto en casa, cuatro muros que acostumbran a protegernos de las bestias como antiguamente lo hacía el fuego de la caverna.
Porque en el fondo, las vidas se llenan de pequeños gestos, los mas simples, que, son en realidad los que nos ponen una estúpida sonrisa en la cara y que, en definitiva, son la base de esa felicidad que tanto ansiamos encontrar en lugares donde rara vez va a estar.
Olores, recuerdos y experiencias vividas que conforman aquello en lo que cada uno es.
No siempre es fácil, claro que no, pero que narices, nadie nos enseña a vivir, la vida es así, empieza cuando menos te lo esperas, termina cuando ha de hacerlo y por tanto cada día la moka suena, las experiencias están ahí y hay que vivirlas.
Por eso mismo las vidas deberían estar llenas de hechos, no de proyectos futuros en el aire, que el dia que llegue la parca puedas echar la vista atrás y decir con orgullo y la boca bien llena, VIVÍ.
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