domingo, 11 de enero de 2015

No se para el mundo, no se borran los días, no hay máquina del tiempo.

Y las manecillas continuaban segundo tras segundo, por que la pila del tiempo, no se agota nunca, o eso creía él, aún así, los segunderos de toda su colección de relojes, permanecían inmóviles, tratando de desafiar a la leyes de la vida.
Existen días que deberían desaparecer de los almanaques,  no ser incluidos en los libros de historia o, simplemente, no existir. 
Y así se sentía, y así lo demostraba su vida, una vida gris, llena de penumbras, en la que, en contadas ocasiones se dejaba entrar la luz, un lujo muy caro, la luz, el calor y las ganas de ver más allá de la cortina entrecerrada de una habitación de lavandería.
Todos los que lo conocían imaginaban el interior de aquel apartamento lleno de telarañas, de niebla y polvo en suspensión y, en medio de la habitación, su figura a contraluz, envuelta en una bata gris como su pelo supra auricular.
Parece que podrían acumularse las botellas de licor por el suelo o que el refrigerador con la puerta abollada y el medio limón seco en ella, pudiese cumplir la función de armario dada su vacuidad, quizá pensaban que las arrugas que ya comenzaban a tatuarse en su frente, tomaban un color entre azulado y grisáceo, presagiando la llegada de la Parca, pero, todos imaginaban, ninguno llamó al portal, nadie marcó en momento alguno el teléfono con prefijo para hablar con él, el huraño eremita urbano.
Y así, años más tarde, cuando su nombre ocupó espacio en los obituarios, y parte de una inexistente familia hasta entonces, entró en aquel apartamento, se descubrió el color de sus ojos, y el calor de aquellas paredes donde aquel, ahora ya difunto anciano multicolor, había plasmado en palabras el maravilloso mundo de ensoñación atemporal en el que vivía.
Y, por extraño que parezca, todos y cada uno de los relojes de su colección, marcaban la misma y precisa hora, cuando en un estallido de luz, a través de la ventana, y de sonido desde el interior, los segunderos comenzaron de nuevo a moverse al unísono, por que en aquel preciso momento, aquel anciano muerto, comenzó a vivir eternamente.

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