Y su cuerpo debía contradecir a su mente racional, la lucha entre el querer y el deber, se hicieron patentes y la incertidumbre llegó justo después del terror a la pérdida y siguió tan perdido como nunca antes, lo único que mantenía su cordura era, aquel amor que llenaba de fuerza y de luz sus días.
La soledad que antes acompañaba sus pasos, una compañera silenciosa y fiel, se tornó una sombra de angustia, un miedo atroz a sentirse solo, solo sin ella, miedo a forzar su partida sin retorno y solo entonces comprendió que en aquel sentimiento era suyo, de los dos, que nada podía arrebatárselo no siquiera su propia ausencia, la única y verdadera realidad era que, más allá de su rostro de ángel, as allá de aquel cuerpo perfecto y de aquella mente adorable, había un poder que tan solo controlaban ellos dos, pero que, como todo gran poder, existe un tiempo para poder llegar a controlarlo para que no te engulla y acabe contigo.
Simplemente, aprendió a querer sin mas, sin explicaciones, sin preguntas, simplemente, se amaron.
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