sábado, 28 de marzo de 2015

Un sábado cualquiera

Abrió los ojos, se desperezó y caminó hasta la cocina, un vaso y un café para terminar de despertarse, por delante todo el día, un día protagonizado por la incertidumbre, una constante incómoda que se repetía en su vida desde hacía unas semanas.
Aparentemente gozaba de buena salud, quizá había perdido algo de peso, pero no demasiado, el trabajo parecía no faltar y los proyectos iban apilándose en su mesa de trabajo, pero, algo no iba bien, siempre hay algo que no va bien, problemas de relativa gravedad en función de cada individuo y de cada situación.
La opresión, ficticia, provocada por su mente, del pecho, no remitía, su día dependía de un par de marcas azules y de una notificación de audio, se había establecido una enfermiza relación entre su mano derecha y sus ojos, una especie de trastorno obsesivo compulsivo que no le permitía disfrutar de todo aquello que tenía a su alcance.
Y así vivimos a diario muchos seres humanos, pendientes de un pequeño dispositivo que condiciona nuestros estados de animo, nuestras relaciones personales, hemos delegado en tablets, smartphones y redes sociales nuestra capacidad de vivir y sentir de una manera tal que, sin ellos, nos sentimos desnudos, indefensos y sin capacidad de realizar actos tan básicos como responder con una sonrisa.
Se nos olvidó ser y lo sustituimos por la cantidad de me gusta conseguidos en el día.
Últimamente he caído en esta dinámica yo también, suplir las carencias afectivas por un reconocimiento social superficial puede liberar durante un breve instante, pero al final buscamos perdurar, que nuestra obra abandone esa liviana capa de superficialidad y que adquiera un matiz mas profundo.
En ocasiones nuestros miedos, nuestras incapacidades para respirar de manera sana y el dejar a nuestra mente que nos juegue malas pasadas por que la auto compasión es una droga muy potente que  nos anula sin darnos cuenta, llegan a afectar a la vida de aquellos a los que queremos, con los que queremos estar y compartir nuestras vidas.
Vamos a vivir un rato, merece la pena.

jueves, 26 de marzo de 2015

Patas arriba

Todo estaba en su sitio, cada estantería, cada armario, todo en aquella vida artificial, tenía su lugar, su tiempo y su espacio preciso.
La mañana de un domingo soleado cualquiera, encontró un calcetín solitario en mitad del pasillo, que raro, un calcetín en el pasillo, uno de esos calcetines que, por arte de magia, nunca sale de la lavadora. 
Una vez recogido y notando su tacto cálido entre sus dedos, llamó a su compañera...
Silencio... 
Avanzó hacia el final del corredor y buscó en su cuarto, pero, su cuarto ahora, era la cocina, una cocina que, tampoco era la suya, nada estaba donde solía estar, aquella casa, no era su casa, pero no lo sabía, se sintió completamente desorientado, nada parecía tener sentido y, su pecho comenzó a tornarse minúsculo, a duras penas lograba que el aire inhalado fuese el suficiente para no sentir aquella angustia. 
Comenzó a sentir que no era ni siquiera él, tuvo que recurrir a los fármacos para lograr una paz que horas antes,formaba parte de su día a día, cerró los ojos y, cuando volvió a sentir la luz en sus pupilas, ya no estaba en casa, no estaba en ninguna parte, nada, no había nada.
Cada uno de sus pies parecían pesar cientos de toneladas y se antojaba una misión imposible el poder dar un simple paso, así supo que su vida, aquella vida artificial, estaba patas arriba.

La memoria de los pies. Diario de un anormal. Presentación de la 6ª Edición

     Hace 10 años y 6 ediciones de una idea  Que cambió todo. Hace 10 años que decidí ser anormal. Así se lo hicimos saber al mundo con la a...