martes, 28 de abril de 2015

Su primera vez en la laguna

Recordaba vagamente la primera ocasión en que pisó suelo italiano, Tenerife-Milano Malpensa, en una época en la que Roaming, era un termino nonato para las empresas de telecomunicaciones y las terminales de los aeropuertos carecían de puntos de recarga para los dispositivos móviles pese a encontrarse ya en el S.XXI.

Sus primeras 4 horas discurrieron en la terminal 2, su recién adquirido ejemplar de Christine, la machina assasina, de Stephen King, de la editorial Mondadori, su primera novela escrita en el idioma de Alighieri y aquel banco de aquella ya, solitaria dependencia aeroportuaria, su lugar de reposo y lectura durante aquella primera espera.

Alojado en un Camping próximo a Venezia, acompañado de su ya consolidada pareja, amaneció a la mañana siguiente, una ducha y un autobús hacia Piazzale Roma, como era habitual en él, camino por las calles menos transitadas de una de las ciudades más filmadas visitadas y fotografiadas del mundo, los gritos de los Venecianos tratando de abrirse paso entre los muchos turistas que ya, caminaban por sus calles, los reflejos de la luz en el agua de los canales y el color de los puestos flotantes de venta de frutas y hortalizas fueron suficientes para dejar una huella que perduraría en su mente años después.

La sensación de libertad que se experimenta en lugares donde nadie te conoce, donde pasas desapercibido y puedes campar a tus anchas entre el gentío y observar sin ningún tipo de cortapisa a una multitud en tu misma situación que, de una manera hipnótica sigue sin rechistar a su guía, siempre le había llamado mucho la atención, le extrañaba la nula capacidad de búsqueda de información previa y de la capacidad de poder recabar datos de su propia experiencia en el momento presente, callejear, perderse de manera consciente y llegar finalmente al punto deseado, le proporcionaba una paz difícilmente descriptible, salvo por un brillo en los ojos que a duras penas podía disimular.

Piazza San Marco, una simple referencia, a sus espaldas, la Basílica y e, Palazzo Ducale, y por delante, el acceso a las tiendas de las grandes marcas y un callejón que conducía al despacho de Roberto, su lugar de trabajo.

Se querían, ambos estaban enamorados y se habían encontrado en un escenario perfecto que, además, ella conocía perfectamente, pues día a día lo recorría para acudir a su trabajo de administradora de la propiedad y que volvía a recorrer para regresar a su casa de Gaggio.

Caminaban abrazados, cogidos de la mano, y charlando, él con su todavía tosco y torpe italiano aprendido en sus innumerables conversaciones telefónicas, ella feliz de tenerlo a su lado después de algunos meses sin verse y contenta de saber que, harían cualquier cosa el uno por el otro.

Ella era una de las personas más generosas que el se había encontrado nunca, él, quizá, uno de los pocos románticos que todavía quedaban en el mundo que ella conocía, además de aquel aura de exotismo del amante extranjero y ambos, juntos, caminaban ya bajo la luz de la luna sobre la laguna.

Mañana volverán a caminar juntos, sin embargo desde la ultima vez que lo hicieron, han pasado ya mas de 10 años, han tenido 4 hijos, 2 cada uno y con parejas distintas, sus vidas han ido tomando caminos diversos pero, nunca han dejado de quererse, nunca sea han olvidado el uno del otro y han creado una hermosa amistad que ha vencido a la distancia y al paso del tiempo, volverán a caminar, puede que de la mano, puede que abrazados, lo que es seguro es que habrá dos buenos amigos juntos de nuevo en la ciudad mas hermosa del mundo, se contarán mil aventuras, compartirán mil recuerdos y fabricarán muchos mas en un presente nuevo que seguirán recordando y que será una experiencia única y suya. 

Venezia cambió sus vidas, como lo hizo Tenerife, ya no estará Paul bailando con Ambra, al señorita Fletcher tampoco, y dos amigos, se seguirán queriendo por que de una manera u otra, ambos saben que siempre estarán ahí cuando se necesiten, así de simple, así de fácil.



Policromía



Warhol, Rotko o Miró, Kandinski, Dalí o Puhinger, pasando por Granell o Lempicka, todos en algún momento hemos pasado ante uno de sus cuadros, nos hemos emocionado o transportado en el tiempo, algunos hemos tenido la suerte de caminar por El Prado, Orsai o el Thyssen, viajado por el Pompidou, la Tate y cuando ya no quedaba mas remedio, por el propio Marco, y hemos dejado paso a los caudales de nuestra imaginación, nos hemos formado una composición interior que pasado el tiempo justo de maduración, termina dando frutos, en ocasiones mas sabrosos que en otras y a medida que pasan los años y las inquietudes artísticas aumentan, la neurosis y la búsqueda de nuestro propio estilo, nuestra seña y nuestro, en definitiva, modo de crear y mostrar nuestras propias creaciones, crece, o al menos así debería ser, evolucionamos y cambiamos cada día nuestros puntos de vista, nuestras perspectivas y por que no decirlo, nuestras personales e intrínsecas maneras de actuar, eso a lo que han denominado carácter o personalidad, que nos han maleducado para que no cambiemos y la defendamos a muerte, convirtiéndonos en yihadistas del Yo, auténticos integristas del monocromo de las vidas en escala de grises que, si nos paramos a pensar y a observar, nos lastran y limitan, generan extraños apegos materiales y estupidas filosofías vitales que giran en torno al estado de bienestar, a una falsa felicidad condicionada por el entorno social, por los prejuicios de una masa inconsciente que, admitámoslo, es estupida.

Hemos enterrado el amor propio dejando vía libre a una serie de extrañas formas de amar, proyecciones de ideales utópicos que tratamos de imponer a nuestros compañeros de viaje y que no hacen más que, engañarnos continuamente, obligándonos a vivir en una mentira crónica de la que no somos participes sino meros instrumentos de un azar caprichoso y cruel que nos conduce hacia el mismo lugar a todos, la muerte. Una muerte para la que no nos preparan, para la que no nos dicen nada pues, seguimos siendo animales asustadizos a los que las verdades absolutas aterran y que hemos generado creado y venerado a una serie de dioses que jamás nos han aportado respuesta alguna a ninguna de nuestras dudas existenciales. Este universo finito, o infinito que tratamos de descifrar, se nos queda demasiado grande, nuestra propia mente de por si, se nos queda grande, y cada día somos mas pequeños si cabe.

Pero creamos, creamos un montón de belleza, y llevamos haciéndolo desde que llegamos aquí, es curioso como nos conmueve una sucesión de 7 frecuencias entrelazadas entre si, como nos convulsiona la mezcla de los pantones de una paleta y su resultado sobre el lienzo que, en la penumbra del taller, va tomando forma o de ese pequeño bloque de arcilla con el que se inicia el boceto de piezas como, La Piedad o La Victoria de Samotracia, y seguimos creando,  experimentado y proponiendo cánones e ideales de belleza, a veces demasiado snobistas demasiado innovadores, pero buscando, una búsqueda que puede conducirnos a la locura mas absoluta, al mismísimo suicidio tanto artístico como físico, la perfección es una ilusión que nos mueve, una suerte de dios pagano una deidad inexistente que nos empuja a buscar siempre una vuelta de tuerca mas, Goethe, Larra o Mahler, cada uno en su lugar cada uno en su momento y según su sociedad y su comunidad, construyeron mundos policromados, en la mayoría de los casos, no fueron apreciados hasta siglos después de sus muertes, por que el tiempo,no siempre ha tenido que correr tan rápidamente, hubo un tiempo en el que no existía la religión del Ya, no ha tenido que ser necesariamente mejor, pero si, al menos, distinto.

Cada uno de nosotros a nuestra manera,según nuestras necesidades, creamos, tenemos ideas, miedos y, en función de muchas variables, llegamos  o no a poner en práctica aquello que se nos ocurre en algún momento de nuestras vidas, no todos lo hacen, no todos lo consiguen, no todos estén preparados para asumir las consecuencias. 

Dar un paso no te convierte en mejor o peor persona, no hacerlo tampoco te hace ser mas o menos cobardeal igual que, intentarlo una y otra vez no te volverá idiota, cada uno se establece sus límites, sus objetivos y en base a eso tratamos de vivir, que no es poco.

Cada gama de colores es distinta, cada ser humano es único a su manera e igual al resto según aquellos que parecen estar al mando, un mando que nadie les ha dado, pero que tienen por pura inercia, no se trata de convertirnos en guerrilleros, de ser revolucionarios de rifle y emboscada, la revolución real, tenemos que empezarla desde 0, desde nosotros mismos y hacia el exterior, pero no tenemos tiempo de parar, de preguntarnos y respondernos con franqueza y hasta que no demos ese gran paso para el hombre tan insignificante para la humanidad, lo siento Mr Armstrong, poco a nada cambiará.



Reflexión para mi, por si se me olvida dejar de pensar en algún momento. 


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